Por Amor (IV): El
Templo de Pasos
Cómo se ordena la palabra
iair
menachem, Jerusalem, 5764
"Ahora que has llegado, sábete
libre. Hallarás por doquier todo lo necesario para la plenitud,
de la que irás advirtiendo que pide mucho menos y hace mucho
más que lo que parecía cuando estabas afuera. Siempre que
mantengas tu nombre y tu palabra, podrás salir y entrar cuanto
debas, y descubrirás que a donde sea que te dirijas,
estarás siempre aquí en casa, y más o menos cerca
nos hallarás a todos. Tómate un tiempo para aclimatarte, y
cuando salgas, da las señas de casa a tus interlocutores, a
ínstalos a visitarnos hoy".
-
"¿Ves la tormenta de electrodos? ¿Qué te dice?".
- "¿Se acerca?".
Sonreía el bebé
que mira dios. Casi lograban ignorar el amanecer. Y la columna, otra
vez, la columna, y sus rostros sobresaltados. El grid mayor
anunció de pronto:
- "Golpean la puerta".
Y despertó por el
sonido de su voz.
La nueva estancia, que es decir la celebración, ya no se
interrumpía. Los volámenes se definían por un color
que olíamos en cada ronda al pasar por ahí, y se
reproducían blancos adoptando nuestras formas. A veces, sobretodo
si el nuevo habitante de la casa escatimaba empeño a su
celebración, se nos escapaban de control y empezaban a imitarnos
defectuosamente, entorpeciendo la danza. Entonces no había
opción: se mudaba al nuevo habitante y se lo instalaba en su
mismo dormitorio otra vez, y había que comenzar todo de nuevo.
Eso era bastante fastidioso si consideramos que sucedía con gran
frecuencia y enlentecía la construcción de la casa, que
iba revelando sus partes a medida que se hacía necesario. Algunos
años, la lentitud era desesperante. Tras cada jornada de la noche
de adentro de casa, cada uno se reunía y luego nos
juntábamos a conversar sobre el avance en el surgimiento de las
nuevas paredes, y sobre lo que nos sugerían sus texturas. Ante
los nuevos, nos cuidábamos mucho de dar ninguna
explicación concreta de los pasos de la danza, para que pudieran
ocupar su lugar y enseñarnos libremente. Igual se nos generaba un
problema cuando preguntaban, porque había un orden a seguir. Sin
importar qué, cuándo ni a quién consultaran,
había que hablarles del silencio, y luego de la higiene, y por
último de la alimentación, tras lo cual dejaban de
preguntar, y cada uno a su ritmo, empezaban a descubrir las respuestas.
Era durante las madrugadas, cuando la oscuridad brillaba en casa y el
sol estaría confundiendo los pasos de la gente allá fuera,
que más aprendíamos del pasado que sobrevendría
cuando estuviera culminada la labor. Inventariábamos los postigos
y los placares y aún los impecables cestos de desperdicios para
deducir nuestro número que hacía el clima de la casa.
Sólo se podía confiar en los objetos inanimados, que no
abundaban entre los límites traviesos del hogar. A veces, los que
aún entraban y salían -los que aún creían
posible eso de salir, eso de entrar- nos contaban que nuestras voces se
oían también afuera, donde el enjambre de curiosos
atrevía los afueras de la cerca; mas parece ser que allí,
en el lenguaje de ellos, decíamos otras cosas.
- "No he visto a nadie pidiendo
nada".
- "No les des, entonces", le
reprendió el grid mayor.
En el jardín, se
apretujaba la oscuridad contra la piel rugosa de la tierra, oprimida por
la luz que descendía.
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