Por Amor (VIII): El
Templo de Pasos
Por el lenguaje en que hablas al vivir
iair
menachem, Jerusalem, 5764
"Sólo
hay letras que toman posición agrupándose en palabras,
que significan todo lo que es, que nombran a lo múltiple y le
dan continuidad. Este parque de aquí detrás es un
álgebra, distinta a la del pequeño pantano del frente, a
la de tu frente, a la de la sonrisa que esboza la cocina. Todos los
significados varían y se relacionan, de acuerdo a la
posición de las letras: eso es lo que hace verosímil que
la cocina pueda sonreir, o que abajo pueda estar tan arriba. Todo este
mundo que ves y palpas y crees que vives no sería, con que una
sóla de las letras que lo sostienen varíe su lugar. Todo
es el texto que buscamos dentro nuestro y que vamos aprendiendo a
recitar. No eres sino un trazado azaroso de la luz: debes aprender a
soportarte en tanto continuidad; significar y aprehender una sustancia
que te sostenga en la ilusión constitutiva para aprender a
crear. Porque al final del camino, aprenderás a hablar plena y
completamente, hasta no necesitar sino del habla para constituirte
donde sea, para beber y para amar, para recuperar para tu lenguaje el
gozo y el llanto, para ser reconocido por tus versos pares; y ya
habrás descubierto que el espacio y el tiempo no son sino la
métrica de un poema en el que tienes empeñado hasta el
último aliento de tu vida. Para eso es que has llegado a casa".
El grid padre se estremeció.
La sombra de la lluvia se le reflejaba en los ojos.
El bebé que dios
miró, infló una pregunta de sonrisas. Oscurecía,
oscurecían los grid y nochecía.
- "Ay de estos instantes
infinitos, una nada antes del coraje y la consumación del
destino", se oyó la voz que cavaba entre la bruma.
Y una vez que atendían a lo que el manual nos ordenaba
decirles, ingresaban algunos a una suerte de delirio místico, y
otros guardaban silencio con nosotros; los había también
que se iban a hablar a la cocina y durante un tiempo creían
comunicarse entre sí. Otros, por fin, se encerraban en sus
blancos dormitorios-biblioteca, cuyas puertas desaparecían
entonces del pasillo y los dejaban inaccesibles dentro. Las luces
cambiaban de foco porque el clamor sagrado de la letra se había
encendido en nuestro aire, y por esa noche, ya no recibíamos a
nadie más que importunara el dibujo de escaleras nuevas dentro
nuestro. Yo ya sabía que sólo tras haberme repetido un
número de veces suficiente, podría unir la letra y el
signo: todos somos signos, dibujos más o menos explícitos
de gestos y rutinas, lenguajes e instintos; repletos de carácter
y cultura, rebosantes de lenguaje múltiple y sucesivo que se hace
manjar en nuestras bocas anhelantes. Sólo tras desnudarme, tras
vaciar al ego de todo deseo y de toda frustración, tras saber que
no hay saber sino espejo ni hay opción si hay identidad,
podría revelarse como esencia de mí una letra
correspondiente desde siempre a mi tiempo. Sin más vestidos
superfluos, tomaría mi lugar en la escritura fundamental del
cosmos. Yo sabía que mi casa cabía en mi piel, y que mi
piel carecía por completo de importancia.
Y de pronto, la señal: se
abrió una rosa color té entre las enredaderas, una rosa
roja, una rosa azul. Se abrió la rosa de colores y se puso a
organizar los trazos de la luz, erigiéndose en centro de una
forma de la realidad. El bebé que dios miraba estalló en
una carcajada formidable, inesperada, de esas ante las que hombres y
grid no pueden sino, riendo, consentir.
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