Por Amor (X): El Templo de Pasos
Me habita el futuro del recuerdo
- "Evita que te rocen", dijo el
grid que ocupaba el sitio del oráculo (el único que estaba
listo para salir).
El bebé que dios miraba
se dio vuelta; acunaba algo minúsculo entre sus dedos.
Paríamos lunas frente a las montañas del desierto;
sí, yo me acuerdo. Porque, ¿cómo olvidar las
estelas de unos bríos en el cielo de mi noche, el sabor amargo
del tabaco hendiendo la desnudez del aire sin bruma, Dylan fijando el
ritmo de un sueño cortazariano, to build the paradise as soon as
yesterday dejando para mañana un castillo de memoria, y
estábamos todos perdidos? No sabíamos aún
cuándo de día era noche; no se nos había revelado
el secreto gigante de la íntima celda diminuta, the hurricane
will had been repetíamos con angustia divertida pero no
sabíamos hacia dónde nos dirigían nuestros pasos, y
la paciencia se licuaba en tormentas fastidiosas de rock'nroll
desollando amaneceres, la vie comme ça malgré l'amour, y
practicábamos un amor descosido, desasido de la templanza y del
buen aire. No habían llegado el shabát y sus secretos a
nosotros. No había por dónde tomarnos hasta que
hubiéramos caminado lo suficiente, oscilado entre escuelas,
coqueteado con la tiniebla: habíamos de dejar la piel en el
último de los intentos antes de advertir que latíamos de
verdad bajo la costra de vanidad. Y entonces habíamos convergido
a habitar la memoria de la casa, a posar la mirada y el anhelo en aquel
Valle de Aialón que nos cobró sólo la luz por
darnos el día eterno. Habíamos mudado primero todos y
habíamos comenzado luego a llegar despacito, a tropezar con los
ladrillos y los tablones que ectoplasmaban siguiendo el dibujo de cada
paso que pensábamos mirando el páramo memorioso. A veces,
se nos cruzaban las miradas y amanecía una estancia absurda, con
espacios impenetrables protegidos por las paredes gruesas de nuestra
búsqueda obsesiva, y había que hacer un coro de gritos
para tirarla abajo mientras estaba blandita, y consagrar luego el
desparramo de escombros mientras arteramente le robábamos al
desorden algún color. Y así nos hicimos habitables por la
casa, que se constituyó en nosotros en la noche sin tiempo de
Aialón, de la que sólo la más completa victoria
podrá liberarnos. Y siguen llegando, por amor desmadejando
tiempo, siguen llegando.
Con lo demás no pasaba nada:
el verdadero problema eran los detalles. Estaba esa red de rutinas
compatibles que los unía y los prevenía del espanto y
que, idénticas en equipo, se distinguían por los
vacíos que ocupaban y las loas al amor que abrigaban.
- "Debemos consultar al
viento", propuso el grid seguro.
El bebé que mira dios
emitió un quejido. Nadie lo veía, pero se abrió en
sus pupilas una mirada inteligente.
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