Por Amor (XI): El Templo de Pasos
No temas sentir miedo
iair menachem, Jerusalem, 5764

Sales a la calle y ves puras cadenas: es por eso que uno va aprendiendo a dejar de salir a la calle; porque tras el primer rato de interés, pasa a ser aburridísimo ver las mismas cadenas todo el tiempo. Fíjate: el árbol te remite a la causa y al propósito del árbol, y entonces aparece la semilla y tras ella un fruto y detrás otro árbol, y la perspectiva se pierde en un túnel de árboles y frutos y semillas y la angustiosa necesidad de un origen; y las razones propias de la semilla, y de la fruta, y de la madera que arde en el hogar de cada habitación de casa, y la que ha sido consagrada a los roperos implacables del salón. Y del otro lado, aparece el tipo ese junto al portón, justo donde se proyecta a las dos de la tarde la sombra del árbol que es cuando sale el hombre y disfruta y dice frases amables a su mujer, que entonces se siente feliz. Giras la mirada y un automóvil te manda a la siderúrgica y a la estrategia de color y a la búsqueda de confort y de seguridad y a la revolución industrial y a la imprenta y a la cultura y a la búsqueda inmemorial de sedentaria redención, que exige -cualquiera lo sabe- poder desplazarse con comodidad. Y miras dentro y ves los nervios del tipo y adviertes un destino en las arrugas de su frente, de las que ningún automóvil le podrá redimir ni aún si se escrachase (plaf, se escrachó) contra el árbol en el frente de la casa del viejo que corre a auxiliarlo con fastidio pero se siente repentinamente gratificado por su propia bondad; y su mujer, que ya había olvidado la sensación, se enamora de nuevo; y otra mujer que viene caminando por la acera de enfrente corre a auxiliar en el auxilio y tú imaginas ya que terminará casada con el accidentado que jamás habría hallado de otro modo un amor capaz de cambiarle la vida y apenas si se magulló un poco, lo suficiente como para mudar forzosamente de ritmo y ser capaz de percibir amor.  Y se casarán, huevo o gallina primando -ésto es: porque lo imaginaste, o acaso lo imaginaste porque estaba firmado-, y serán felices hata que alguien caiga en otra trampa que intuirás en la próxima esquina posible, porque el entramado no deja un sólo punto vacío y hay que simplificar el dibujo para adquirir noción del sentido primero, que es el sentido último de todo, y es mucho más fácil cuando portas muy poco y ves muy poco e interactúas directamente sólo con lo que directamente te concierne, y no por ello dejas de incidir en todo mas tienes paz y sabes hacia dónde caminas. Ahora, ve a tu cuarto y medita, y luego reúnete con nosotros en la celebración, que hacemos porque porta sentido cada paso que damos, y sobre todo, cada paso que nos abstenemos de dar por saber que al frenarlo a tiempo estamos cortando la carcajada del abismo, hacemos al mal una trampa mortal, y hacemos sitio para que otros como tú puedan llegar hasta nosotros, con que sólo adviertan a tiempo los lodazales y las canillas y las lámparas feroces y aprendan el inefable arte de frenar. No hagas caso del cuaderno de reglas estrictas que hallarás copiado en las paredes, en la alfombra, sobre la mesa y hasta en la madera reluciente de los grifos, en el piyama y en el detalle kitsch de la pantalla vacía, que te sabrá a palabras que salen de tu propia boca con cada bocanada que respiras; no hagas caso hasta que no puedas evitarlo ya, y entonces háznoslo saber, y levantaremos una copa por tu vida. Han venido por aquí incapaces de advertir el barro en los propios zapatos, y se han quedado dentro y descalzos para siempre, y ya no importa. Es sólo cuestión de llegar a tener el más intenso deseo de entender, y con nada menos que eso bastaría.


- "No te quedes quieto ni por un sólo instante".
- "¿No hay otro modo de llamarlo? Estoy cansado".
- "Tiene que advertir el torbellino; no puede haber cerrado los ojos".
- "¿Te acuerdas de La Pausa?... ¡Qué días aquéllos!"
- "Aún había días, aún habría. Pero es ocioso recordar sino hacia delante".

Ondeaba por fin, aún imperceptible, el alambre de la ropa allá en el fondo.
El bebé que dios miraba parecía agrandarse ; en derredor suyo, la cuna seguía igual; pero el bebé que mira dios, creciendo a los ojos de los grid, aún cabía en ella siempre.

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