Por Amor (XI): El
Templo de Pasos
No temas sentir miedo
Sales a la calle y ves puras cadenas: es por eso que uno va aprendiendo
a dejar de salir a la calle; porque tras el primer rato de
interés, pasa a ser aburridísimo ver las mismas cadenas
todo el tiempo. Fíjate: el árbol te remite a la causa y al
propósito del árbol, y entonces aparece la semilla y tras
ella un fruto y detrás otro árbol, y la perspectiva se
pierde en un túnel de árboles y frutos y semillas y la
angustiosa necesidad de un origen; y las razones propias de la semilla,
y de la fruta, y de la madera que arde en el hogar de cada
habitación de casa, y la que ha sido consagrada a los roperos
implacables del salón. Y del otro lado, aparece el tipo ese junto
al portón, justo donde se proyecta a las dos de la tarde la
sombra del árbol que es cuando sale el hombre y disfruta y dice
frases amables a su mujer, que entonces se siente feliz. Giras la mirada
y un automóvil te manda a la siderúrgica y a la estrategia
de color y a la búsqueda de confort y de seguridad y a la
revolución industrial y a la imprenta y a la cultura y a la
búsqueda inmemorial de sedentaria redención, que exige
-cualquiera lo sabe- poder desplazarse con comodidad. Y miras dentro y
ves los nervios del tipo y adviertes un destino en las arrugas de su
frente, de las que ningún automóvil le podrá
redimir ni aún si se escrachase (plaf, se escrachó) contra
el árbol en el frente de la casa del viejo que corre a auxiliarlo
con fastidio pero se siente repentinamente gratificado por su propia
bondad; y su mujer, que ya había olvidado la sensación, se
enamora de nuevo; y otra mujer que viene caminando por la acera de
enfrente corre a auxiliar en el auxilio y tú imaginas ya que
terminará casada con el accidentado que jamás
habría hallado de otro modo un amor capaz de cambiarle la vida y
apenas si se magulló un poco, lo suficiente como para mudar
forzosamente de ritmo y ser capaz de percibir amor. Y se
casarán, huevo o gallina primando -ésto es: porque lo
imaginaste, o acaso lo imaginaste porque estaba firmado-, y serán
felices hata que alguien caiga en otra trampa que intuirás en la
próxima esquina posible, porque el entramado no deja un
sólo punto vacío y hay que simplificar el dibujo para
adquirir noción del sentido primero, que es el sentido
último de todo, y es mucho más fácil cuando portas
muy poco y ves muy poco e interactúas directamente sólo
con lo que directamente te concierne, y no por ello dejas de incidir en
todo mas tienes paz y sabes hacia dónde caminas. Ahora, ve a tu
cuarto y medita, y luego reúnete con nosotros en la
celebración, que hacemos porque porta sentido cada paso que
damos, y sobre todo, cada paso que nos abstenemos de dar por saber que
al frenarlo a tiempo estamos cortando la carcajada del abismo, hacemos
al mal una trampa mortal, y hacemos sitio para que otros como tú
puedan llegar hasta nosotros, con que sólo adviertan a tiempo los
lodazales y las canillas y las lámparas feroces y aprendan el
inefable arte de frenar. No hagas caso del cuaderno de reglas estrictas
que hallarás copiado en las paredes, en la alfombra, sobre la
mesa y hasta en la madera reluciente de los grifos, en el piyama y en el
detalle kitsch de la pantalla vacía, que te sabrá a
palabras que salen de tu propia boca con cada bocanada que respiras; no
hagas caso hasta que no puedas evitarlo ya, y entonces háznoslo
saber, y levantaremos una copa por tu vida. Han venido por aquí
incapaces de advertir el barro en los propios zapatos, y se han quedado
dentro y descalzos para siempre, y ya no importa. Es sólo
cuestión de llegar a tener el más intenso deseo de
entender, y con nada menos que eso bastaría.
- "No te quedes quieto ni por
un sólo instante".
- "¿No hay otro modo de
llamarlo? Estoy cansado".
- "Tiene que advertir el
torbellino; no puede haber cerrado los ojos".
- "¿Te acuerdas de La
Pausa?... ¡Qué días aquéllos!"
- "Aún había
días, aún habría. Pero es ocioso recordar sino
hacia delante".
Ondeaba por fin, aún
imperceptible, el alambre de la ropa allá en el fondo.
El bebé que dios miraba
parecía agrandarse ; en derredor suyo, la cuna seguía
igual; pero el bebé que mira dios, creciendo a los ojos de los
grid, aún cabía en ella siempre.
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