Por Amor (XIV): El
Templo de Pasos
Llegaste para ser uno de nosotros
¿Estás aquí y quieres arribar a tí? En
medio, hay un camino a recorrer, del que ningún paso es ocioso.
Un camino sin pasos mágicos, aunque el camino en su totalidad lo
es. Un camino que tiene que ver con tu proceso íntimo, mas
también con la uniformidad fundamental e imprescindible para
todas las partes de un colectivo que quiere -debe- consolidarse como
tal. Protestarás una y mil veces: Hay en el medio burocracias,
escalones incomprensibles fuera de su contexto, quiebres, cortes,
injusticias, bondades, padrinos, belleza, errores, mezquindad,
sueños, pasión, desconfianza, deseo. En todo lo humano lo
hay, y sólo somos hombres. A hombres ha sido dada la verdad, para
que la preserven y le den existencia concreta en el UniVerso temporal.
Para que aprendamos a recibir en nombre del deseo de dar. Eso es, en su
fundamento, convertirse en uno de nosotros. Con eso claro y un horizonte
necesariamente común a cuestas, todo el resto, que era de una
normatividad inabarcable cuando se lo miraba desde cualquier otra parte,
deviene camino de leche y miel, de amor como el de los trinos
mañaneros que oyes enamorado; como el del lucero, que redime en
risa y llanto la melancolía de las noches sin luna. El camino
deviene, entonces, tránsito feliz por el sendero de una fe que
por fin te concedes y regalas, y te torna privilegiado habitante del
tiempo, dueño de un mapa gracias al cual el laberinto deja de ser
tal y se convierte en tu casa. Sólo el pasado puede traicionar al
futuro, aunque de tan pequeños que somos, suela sabernos al
revés. Negarse a decidir antes de ver claro, sólo es
negarte a decidir, y condenarte al despropósito de un aquí
para siempre, cuando aquí es sólo un puente de paso en el
que, por más maravillas que logres -tú náufrago
ingenioso y esforzado- es imposible perdurar. Te estaría
traicionando si te deseara reposo. Séate propicia la sonrisa, y
si necesitas algo, estaremos ansiosos, en la cocina, de que nos hagas
oportuna nuestra propia redención.
Se oyó protestar, de
pronto, al bebé que mira dios. Más allá de los
muros, hervía la calle de bullicio irrespetuoso. Era
mediodía y los grid entreveían luz, aturdidos, entre los
displaceres del afuera.
- "¿Vamos a cantar?",
invitó como quien llora por una salida, el grid que vestía
un inapropiado traje gris.
- "Lloremos", laconizó
el grid sacerdote, y nadie sabía a quién hablaba.
El bebé que mira dios
alzó una voz virgen de todo destino, y destrabó un grito
de colores que salieron a empujar, con fiereza, hacia atrás la
fealdad.
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