Por Amor (XIV): El Templo de Pasos
Llegaste para ser uno de nosotros
iair menachem, Jerusalem, 5764

¿Estás aquí y quieres arribar a tí? En medio, hay un camino a recorrer, del que ningún paso es ocioso. Un camino sin pasos mágicos, aunque el camino en su totalidad lo es. Un camino que tiene que ver con tu proceso íntimo, mas también con la uniformidad fundamental e imprescindible para todas las partes de un colectivo que quiere -debe- consolidarse como tal. Protestarás una y mil veces: Hay en el medio burocracias, escalones incomprensibles fuera de su contexto, quiebres, cortes, injusticias, bondades, padrinos, belleza, errores, mezquindad, sueños, pasión, desconfianza, deseo. En todo lo humano lo hay, y sólo somos hombres. A hombres ha sido dada la verdad, para que la preserven y le den existencia concreta en el UniVerso temporal. Para que aprendamos a recibir en nombre del deseo de dar. Eso es, en su fundamento, convertirse en uno de nosotros. Con eso claro y un horizonte necesariamente común a cuestas, todo el resto, que era de una normatividad inabarcable cuando se lo miraba desde cualquier otra parte, deviene camino de leche y miel, de amor como el de los trinos mañaneros que oyes enamorado; como el del lucero, que redime en risa y llanto la melancolía de las noches sin luna. El camino deviene, entonces, tránsito feliz por el sendero de una fe que por fin te concedes y regalas, y te torna privilegiado habitante del tiempo, dueño de un mapa gracias al cual el laberinto deja de ser tal y se convierte en tu casa. Sólo el pasado puede traicionar al futuro, aunque de tan pequeños que somos, suela sabernos al revés. Negarse a decidir antes de ver claro, sólo es negarte a decidir, y condenarte al despropósito de un aquí para siempre, cuando aquí es sólo un puente de paso en el que, por más maravillas que logres -tú náufrago ingenioso y esforzado- es imposible perdurar. Te estaría traicionando si te deseara reposo. Séate propicia la sonrisa, y si necesitas algo, estaremos ansiosos, en la cocina, de que nos hagas oportuna nuestra propia redención.

Se oyó protestar, de pronto, al bebé que mira dios. Más allá de los muros, hervía la calle de bullicio irrespetuoso. Era mediodía y los grid entreveían luz, aturdidos, entre los displaceres del afuera.

- "¿Vamos a cantar?", invitó como quien llora por una salida, el grid que vestía un inapropiado traje gris.
- "Lloremos", laconizó el grid sacerdote, y nadie sabía a quién hablaba.

El bebé que mira dios alzó una voz virgen de todo destino, y destrabó un grito de colores que salieron a empujar, con fiereza, hacia atrás la fealdad.

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