Por Amor (XVII): El
Templo de Pasos
Tras los espejos de la noche
Los espejos de la noche
giraban en torno nuestro: todo en derredor, en esa calle, sabía a
real, pero no lo era en términos de lo que es real para
tí. Porque era improbable, y las agrupaciones de cosas
improbables suelen ser interpretadas como sueños, como
señalizaciones imaginarias de otras cosas, con lo que la gente
suele perder la oportunidad de responder directamente a la maravilla.
Allí, entre el auto rojo y el auto blanco, en plena calle,
había un conejo blanco. Aparte de los gatos y de algún
pájaro: un conejo blanco, sin aditamentos: ni sombreros, ni
naipes; ni hablaba; ni nada. Un conejo blanco quieto entre el auto
blanco y el rojo, que nos miraba, que se me antojó mirando
más allá de nosotros por profundidad o estulticia. Al
rato, casi a medianoche, más arriba en la misma calle, se lo
contamos a unos cuantos, que no se suelen sorprender por ninguna
maravilla. Pero carecía de toda moraleja inmediata el conejo que
habíamos visto, y eso lo dejaba fuera del marco de lo
creíble. No nos creyeron. Podía pasar cualquier cosa, mas
no un conejo blanco entre un auto blanco y otro rojo en plena avenida a
medianoche; sólo porque no era sencillo adivinarle un "para
qué". Nada habíamos aprendido del conejo, pero nos
había llenado de alegría: era como la apertura de nuevos
caminos en la realidad, el sustento para la esperanza de que cosas
improbables comenzaran a alterar el curso de la realidad, más
allá de los límites de la semántica moral que
consensuamos. Acomódate, mantente en paz. Entonces aprendí
que hay parte de lo que me es propio, que no se encuentra a mi
disposición. Cosas, ideas, saberes, luces, experiencias que no
conozco y, no obstante, me son propias. Para la ley son mías, y
el fisco me cobra por su posesión; y pago, quiera o no, con los
recursos de lo que sí se encuentra ciertamente a mi arbitrio y en
mis manos. Pero cuanto es mío y no lo sé, guía de
algún modo mi camino. En algún punto llegaré a
verlo, y a rozarlo y a vivirlo. Y se despejará entonces la
incógnita de esta hipoteca perpetua, de este "mientras tanto" que
sabe tan oscuro, porque la orbe vertiginosa sabe a desierto y el verbo
que no comprendo casi a enemigo del silencio. Allí, en medio de
la calle, había un conejo blanco. No te sueltes: donde el camino
parece que termina, es donde habremos de empezar a trabajar.
"Estabas en el avión
-dormías- aquella noche en que yo nos preguntaba al aire. No, no
entienden ustedes, las personas. No había necesidad alguna de que
tú misma estuvieras allí -dormías-: bastaba que
otro ejemplar de tu matriz se invistiera de tí y por eso el
deseo y la melancolía cuando tardas; y tú dormías".
El grid azul oyó gemir
al bebé que dios miraba, y volvió hacia El sus ojos con
ternura. El jardín estaba lejos pero se hacía oir desde el
corazón de algunas flores solidarias. Mientras no llegaba, se
podía adelantar los prólogos a la reflexión final,
el rastreo estético imprescindible para hacer sitio a la
música de luz que advendría.
"Basta tu proximidad o la de
alguien o algo que te signifique, te refiera: una hebilla para el
cabello, un soutien con puntillas, una lapicera.
Ahora, que he crecido mientras
dormías, que he creído non-stop y tú no cesas de
dormir, me basta con el sabor de tu mirada, o ese repique de caderas
cadencioso cuando caminas y sabes que se estiran impalpables mis
sentidos, y se deslizan por la estela reluciente de tu huella. Entonces,
acepto a veces dormir un rato para abrazar los hilos de tu matriz y
tornar a la acción, a cumplir la misión al Grid".
Terminó de escribir
estas letras de una fiebre que le sabía extraña,
más sopechosa cada vez. Era otro el avión:
"Amanece, como entonces, sobre
un horizonte de océano púrpura y rojo llameante de fuego
anaranjado en nuestras mentes combustibles. Y yo no sabía nada, y
tú dormías".
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