Por Amor (XVIII): El
Templo de Pasos
Recuerdo cuando llegaste. Llegaba y naciste apenas junto a la puerta
siete años después. Aparecías vestida de morado: el
negro riguroso te rubricaba la sonrisa. Mirabas la puerta cuando me
viste (inexperiente, nos confundiste). Giré sobre mis goznes
rendido ante la revelación que no sabías. Sonreías,
y la luz escapaba de entre tus labios, de los colores de tus versos. Tan
sólo ver las sombras, olvidaste: sabías todo;
habías nacido dentro, y no obstante, olvidaste y empezaste a
buscar, a preguntar, y la sombra nacía de la luz que huía
de tus labios y tú preguntabas a la sombra buscando un más
allá que se movía contigo sin cesar. Nos decías
todo el tiempo y tus verdades te sabían a preguntas: te vaciabas
al ritmo de respondernos y tu desesperación nos sumía en
la perplejidad: "¡mira, ahí está la verdad!", te
decíamos señalando tu presencia y enfurecías de
dolor por mi silencio y se me agotaba la voz y no me oías.
Sólo decías mi nombre y yo solía llamarme de otro
modo y te llamaba por el nombre que llevabas en la frente y no
veías. No sabíamos qué hacer con una mujer
allí. Se haría inútilmente tarde. Guardas un hijo
mío por cada árbol del jardín que me sabía
añorando los vestigios de tu celo. Satisfecho de no dar
explicaciones, te tomaré del brazo entonces y nos fuimos rumbo al
puerto en que recala esta metáfora de amor. A fundar la casa
nueva. Allá, en casa, todos aguardan entonces, y acaso el ejemplo
cunda. A fundar la casa nueva, ahora que te he dado en custodia todas
las letras de mi nombre. Mañana, que -¿recuerdas?- ayer
lucía luminoso.
El grid gritón
amarilló; ésto es: volvió amarillo intenso el
tiempo a los ojos de los demás.
El grid azul, tan locuaz, por
acompañar, enmudeció justo antes de alarir el ruego que
cada garganta contenía. Adentro, la madreselva y la hiedra
pugnaban por cada resquicio de un espacio inaugural, de un tiempo de
pudor audaz en el inexplorado corazón del laberinto. Todos
sabían que nada cambiaba sino el lenguaje del consenso, nada se
desplazaba sino la realidad líquida de su contacto con
fuera-de-sí.
Un anciano grid se
declaró enemigo de la bruma; otro, defendió su derecho al
privilegio por ser hijo del silencio. Se abrían en el aire,
concéntricos, los trazos progresivos con que el rostro del
bebé que mira dios se proyectaba en otras vidas.
Amanecía; era de bosque
la mañana de la vida, el horizonte construido a la vera del
bullicio. El silencio, hiperexpresivo, de la inclusión de los
afueras.
Para el anochecer, se
harían invisibles las paredes. La acacia se expandía entre
los muros porosos de la hiedra.
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