Por Amor (XIX): El Templo de Pasos
La derrota que proyectaba una sombra celeste
iair menachem, Jerusalem, 5764

Me fui a soñar cuando aún no habrás venido. Me desnudé de todos los entornos (estaba sentado en la sala de estudio y cerré los ojos,  dejé estos oídos para solaz de su palabra y me fui, cabalgando una letra solitaria que me tironeaba las pestañas impulsándome a partir). Salí de mí para pasar por la puerta del palacio -es tan amplia como el ojo de una aguja- y continúo el vuelo, de puro gusto, entre las alas del dintel. Tenía los ojos cerrados y veía y quería hablar y no podía, porque todo me dice y desplegaba unos oídos enormes frente a la maravilla del color. Hubo un sueño que anunciaba (sueño que hacía). Yo miraba para bajo de reojo y nos veía -me decía-; y ahí ves el camino y el caleidoscopio giraba con toda la tierra dentro y cambia la realidad que tú veías. Habrá otro sueño que purgaba el mal: lloré, grité, sudé, estabas mal allí y yo, y se iba de tí como de mí en en  fiebres que curan, que me levitan ahora, de retorno, lejos de donde me buscabas mientras no sepas en un instante cúlmine quién soy. Y hubo otro sueño: el caleidoscopio se licúa en una pasta de oro azul que me llovía y se volvía, y dorándome piadoso, estrellaba los ojos éstos que ahora te pueden ver: allende la opacidad del aire que bendecimos, estaba el mar. Militaba un verde poseer que no quería; el cobre se volvía rojo y denunciaba tiempos para dar. Ostenía. Los crepúsculos copulan y luchaban, hacían retroceder a las memorias del gran barullo hasta el altar en que arderá un mundo de desdichas, y se apilaban allí entrejugando sus tinieblas, que al perder el cuerpo habían recuperado la inocencia. Y allí estabas, persistentemente verde, y yo, que te daba lejos de mi sueño que vagaba sin mí, y sin mí se me veía: en el caleidoscopio y entre las faces de la tierra y vigilando el sueño y agua de río fluyendo tácito mientras reía.  Sólo resta el aroma que atrae a la almas a mi barba. Y el sueño granulado de los cuerpos, acá en casa, donde el tiempo aguardaba sin pasar.

La luz del sol se había aplacado ya; de la casa, habían ascendido al bosque por una escala de nudos y hebras divergentes y perforaciones. Las aves en bandadas de trino calmo se desvaían por el bosque ceniciento.

La desazón por la suma de los plazos se trocaba en pasión de los inicios, en la sonrisa implacable que envuelve un ocaso y renacer; en el ritual de los arquetipos.

La burbuja se sostenía en la mirada del bebé que mira dios, que se dirigía a todo y a cada como excepción a la nada, y no había qué no le maravillase. La burbuja nacida en la prolongación de la espera.

- "Agradezcamos".
- "¿Cómo vamos a hacer?"
- "Agradezcamos", interrumpió bruscamente el más amarillo de todos.

Y el grid de voz talentosa sintetizó:
- "Vamos otra vez a la cebolla".


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