Por Amor (XIX): El
Templo de Pasos
La derrota que proyectaba una sombra celeste
Me fui a soñar cuando aún no habrás venido. Me
desnudé de todos los entornos (estaba sentado en la sala de
estudio y cerré los ojos, dejé estos oídos
para solaz de su palabra y me fui, cabalgando una letra solitaria que me
tironeaba las pestañas impulsándome a partir). Salí
de mí para pasar por la puerta del palacio -es tan amplia como el
ojo de una aguja- y continúo el vuelo, de puro gusto, entre las
alas del dintel. Tenía los ojos cerrados y veía y
quería hablar y no podía, porque todo me dice y desplegaba
unos oídos enormes frente a la maravilla del color. Hubo un
sueño que anunciaba (sueño que hacía). Yo miraba
para bajo de reojo y nos veía -me decía-; y ahí ves
el camino y el caleidoscopio giraba con toda la tierra dentro y cambia
la realidad que tú veías. Habrá otro sueño
que purgaba el mal: lloré, grité, sudé, estabas mal
allí y yo, y se iba de tí como de mí en en
fiebres que curan, que me levitan ahora, de retorno, lejos de donde me
buscabas mientras no sepas en un instante cúlmine quién
soy. Y hubo otro sueño: el caleidoscopio se licúa en una
pasta de oro azul que me llovía y se volvía, y
dorándome piadoso, estrellaba los ojos éstos que ahora te
pueden ver: allende la opacidad del aire que bendecimos, estaba el mar.
Militaba un verde poseer que no quería; el cobre se
volvía rojo y denunciaba tiempos para dar. Ostenía. Los
crepúsculos copulan y luchaban, hacían retroceder a las
memorias del gran barullo hasta el altar en que arderá un mundo
de desdichas, y se apilaban allí entrejugando sus tinieblas, que
al perder el cuerpo habían recuperado la inocencia. Y
allí estabas, persistentemente verde, y yo, que te daba lejos de
mi sueño que vagaba sin mí, y sin mí se me
veía: en el caleidoscopio y entre las faces de la tierra y
vigilando el sueño y agua de río fluyendo tácito
mientras reía. Sólo resta el aroma que atrae a la
almas a mi barba. Y el sueño granulado de los cuerpos,
acá en casa, donde el tiempo aguardaba sin pasar.
La luz del sol se había
aplacado ya; de la casa, habían ascendido al bosque por una
escala de nudos y hebras divergentes y perforaciones. Las aves en
bandadas de trino calmo se desvaían por el bosque ceniciento.
La desazón por la suma
de los plazos se trocaba en pasión de los inicios, en la sonrisa
implacable que envuelve un ocaso y renacer; en el ritual de los
arquetipos.
La burbuja se sostenía
en la mirada del bebé que mira dios, que se dirigía a todo
y a cada como excepción a la nada, y no había qué
no le maravillase. La burbuja nacida en la prolongación de la
espera.
- "Agradezcamos".
- "¿Cómo vamos a
hacer?"
- "Agradezcamos",
interrumpió bruscamente el más amarillo de todos.
Y el grid de voz talentosa
sintetizó:
- "Vamos otra vez a la
cebolla".
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