Por Amor (XX): El Templo de Pasos
Tu realidad y la mía
iair menachem, Jerusalem, 5764

- "Toda mi obra la hice con huellas", aseveró de pronto el pequeño mago grid.
Un temblor armónico, sincrónico, cundía entre las plantas. En la embarcación se discutía La Huella, el producto inefable de la vida individual.

- "¿Cómo las has dibujado?"
- "Con el lacre de cada puerta, con los signos de la consumación del anhelo, con el orden interno entre Oriente y Occidente".
La hiedra parasitaba a la acacia.

- "¿Vendrá?"
- "Tienen las huellas la respuesta".
Y el bebé que mira dios se preparaba.

Mira en derredor: quiero hablarte de la casa. Ves, ahí donde no ves, está la pared de oriente. Entre suspiros, danzan las luciérnagas por ella. Y allí, vaya mala idea haber venido a luz del día, allí debieras ver el cañón, y a su lado el manantial de espuma. Es fácil notar que la estructura tiene forma de "beit", la morada acogedora de piso basto, a la que si retornas desde la izquierda podrás entrar. No debieran crecer yuyos donde se asienta el salón, que celebra por el día nuestro canto cada noche. Pero puedes fotografiar allí, donde se distinguen las fuentes con nitidez. O a los árboles memoriosos que proyectamos, allá al fondo. Puedo.... quizá puedo aún hacerte unos lentes con los que podrías distinguir las escaleras, o la trastienda de la cocina, donde purgan su vicio de entretener el alma nuestros ilustres mayordomos. ¿Ves allí, donde el agua salta? Vino alguien una vez que no se dejó mojar, y desde entonces, la fuente irregulable anega el parque todo. Hay un ángel a cargo; de los nuestros. Pero nada puede ante la impotencia autorizada de la fuente. Mira, allí debajo, qué bonitos cimientos: construimos la casa palabra por palabra;  pentagramamos los corredores, de mazapán nació cada cornisa memoriosa. Ya lo sé, me dirás: no veo nada. Yo tampoco estoy en el aquí de tu ahora. Pero si vieras el aire, y nuestros mundos.... Hay una música entre el gran bullicio y la voz del silencio sutil: acaso puedas percibirla. Y entonces se disolverá el hechizo: te preguntarás cómo pudiste antes no vernos, golpearás a la puerta, y te verás dentro. Sin traicionarme, estaré para recibirte.

Un tesoro se entrevió entre las arenas cenicientas. Había repiques, chicos y pianos: un repique adolescente comandaba la cuerda de tambores. De ojos cerrados, colgaba su mandíbula de un sueño que construía a golpes certeros sobre la lonja; y era el suyo un sueño grid de despertares.

Fluía una nube en destilación ambarina empujando arriba el horizonte. El piso adhería a sí los pies cual monturas atadas con noble tiento, y se deslizaba, seguro y majestuoso, tornando en capa de terciopelo negro y mate sobre las fauces del abismo.

El bebé grid pegó un grito (ay, sí, ¡vaya grito el que el bebé grid gritó!), y dios miró.

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