Por Amor (XXI): El Templo de Pasos
Sólo en lo profundo del alma herida has podido salir
iair menachem, Jerusalem, 5764

Miro en derredor y me descubro en otro tiempo. El diluvio pasó y esta tierra, la de siempre, se despliega virgen ante mí, que me apresto a experimentar su temple, su aroma nuevo, su sabor. No hay mayor diferencia entre lo que expresa en sus espigas, y lo que me nace en el alma decir; y paulatinamente callo, fermentando brotes nuevos. Habla la tierra y doy a luz el grano que alimenta, y el desierto se viste de verbos nacidos para este tiempo: ¿qué podría importar que no lo vieras? Mas hube de aprender que sí importa: que no sino para tus ojos me han llamado a crear. Es que el mundo ha sido creado para mí, y sólo vestirá las formas que seas capaz de amar. De la casa me quedan, en las manos, un polvo amarillento, la memoria, y el proyecto; un mundo de cariños que exigen la contemplación amable y el afecto. Sólo una tensión poderosa podía llevarnos hasta acá, allende el diluvio y el abismo, a respirar los aires nuevos que no podíamos imaginar cuando el remolino inmediato nos tragaba, cuando el humo y la fatiga morbosa, cuando el bullicio no pariría paz. Había que soplar despacito entonces, dar aire a la burbuja conteniendo su afán de conquistar; vestirla de colores con las letras de este tiempo que, claro está, era en nosotros -no existía-. Extiéndete a tus costados: toma y da a manos llenas. Nadie podía ver -nadie podrá negar- el templo dibujado en nuestros pasos que subían y bajaban, retrocedían, vacilaban, desatendiendo la topografía nuestros pies. Todo está en su sitio ya: las candelas, los regadores, la fuente, el barro noble, la puerta que invita y que no veda. La perfecta imperfección de cada ángulo, de cada rincón, ha sido diseñada por la añoranza del viejo templo: ante esas formas, los más sagrados anhelaban meditar. Si hemos de pintar, disponemos de pincel. Si construir, contamos con los ladrillos. Si hay que hacer los ladrillos, el barro y la paja abundarán como el tiempo que se estira aún bajo tus pies. Cada quien elige su tiempo: desde donde estás, un pestañeo puede disipar las tinieblas y el diluvio y te trajo más acá, donde construiremos la casa nueva desde hace un tiempo innumerable. La casa de todos los pasos: la que no se erige al cabo del camino sino a su través; a la que sólo llegas desde dentro. De la que para volver naciendo, sólo en lo profundo del alma herida has debido alguna vez salir, porque abarca el espacio, y también el tiempo.

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