Por Amor (XXI): El Templo de Pasos
Sólo en lo profundo del alma herida
has podido salir
Miro en derredor y me descubro
en otro tiempo. El diluvio pasó y esta tierra, la de siempre, se
despliega virgen ante mí, que me apresto a experimentar su
temple, su aroma nuevo, su sabor. No hay mayor diferencia entre lo que
expresa en sus espigas, y lo que me nace en el alma decir; y
paulatinamente callo, fermentando brotes nuevos. Habla la tierra y doy a
luz el grano que alimenta, y el desierto se viste de verbos nacidos para
este tiempo: ¿qué podría importar que no lo vieras?
Mas hube de aprender que sí importa: que no sino para tus ojos me
han llamado a crear. Es que el mundo ha sido creado para mí, y
sólo vestirá las formas que seas capaz de amar. De la
casa me quedan, en las manos, un polvo amarillento, la memoria, y el
proyecto; un mundo de cariños que exigen la contemplación
amable y el afecto. Sólo una tensión poderosa podía
llevarnos hasta acá, allende el diluvio y el abismo, a respirar
los aires nuevos que no podíamos imaginar cuando el remolino
inmediato nos tragaba, cuando el humo y la fatiga morbosa, cuando el
bullicio no pariría paz. Había que soplar despacito
entonces, dar aire a la burbuja conteniendo su afán de
conquistar; vestirla de colores con las letras de este tiempo que,
claro está, era en nosotros -no existía-.
Extiéndete a tus costados: toma y da a manos llenas. Nadie
podía ver -nadie podrá negar- el templo dibujado en
nuestros pasos que subían y bajaban, retrocedían,
vacilaban, desatendiendo la topografía nuestros pies. Todo
está en su sitio ya: las candelas, los regadores, la fuente, el
barro noble, la puerta que invita y que no veda. La perfecta
imperfección de cada ángulo, de cada rincón, ha
sido diseñada por la añoranza del viejo templo: ante esas
formas, los más sagrados anhelaban meditar. Si hemos de pintar,
disponemos de pincel. Si construir, contamos con los ladrillos. Si hay
que hacer los ladrillos, el barro y la paja abundarán como el
tiempo que se estira aún bajo tus pies. Cada quien elige su
tiempo: desde donde estás, un pestañeo puede disipar las
tinieblas y el diluvio y te trajo más acá, donde
construiremos la casa nueva desde hace un tiempo innumerable. La casa de
todos los pasos: la que no se erige al cabo del camino sino a su
través; a la que sólo llegas desde dentro. De la que para
volver naciendo, sólo en lo profundo del alma herida has debido
alguna vez salir, porque abarca el espacio, y también el tiempo.
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